martes, 15 de noviembre de 2011

“El diablo es un ser pervertido y mentiroso”
Amando Sanz, jesuita, es un sacerdote como todos los demás, salvo por ser uno de los pocos autorizados para realizar exorcismos. Este exorcista madrileño ha visto cómo la fuerza de la oración y el perdón son más fuertes que el demonio y el odio: «No perdonar a los enemigos, guardar rencor u odio, conlleva perjuicios para la salud física y espiritual», asegura.
-En el libro «Habla un exorcista», de Gabriele Amorth, dice que cada exorcista tiene sus experiencias irrepetibles. ¿Cuál es la suya?
-La liberación más notable que tuve fue en Nueva York. Allí bauticé y administré todos los sacramentos a un señor portorriqueño. Poco después alguien me dijo que este portorriqueño se quería suicidar porque tenía «líos» con el demonio. Me dijo que su hijo mayor enfermó a los dos años y ningún médico podía curarle, entonces acudió a un hechicero. El brujo le dijo que hablara con el demonio y que hiciera lo que le pidiera. Una noche de luna llena fue a un bosque y comenzó a invocar al demonio. Le entregó el alma y su hermano se curó. Pero ahora que se había convertido, el demonio le incitaba al suicidio. Yo hice una liberación, él se puso a temblar. Seguí impertérrito orando y seguía igual. Invoqué a Dios una cuarta vez y en ese momento se calmó, se hincó de rodillas, seguí rezando y el hombre se quedó muy contento.
-¿Cuál es el paso previo a cualquier exorcismo?
-Uno de los pasos importantes que pocos conocen es el valor del perdón, ya que no perdonar a los enemigos, guardar rencor u odio, conlleva perjuicios para la salud física y espiritual. Por no perdonar vienen muchas enfermedades físicas, psíquicas y del espíritu. En una ocasión en Madrid vino a verme una mujer a la que los psiquiatras, después de tratarla, determinaron que estaba endemoniada. Como tenía mucha fuerza, vino acompañada de varias personas, entre ellas su marido. Cuando comencé a rezar, ella se puso furiosa, y no la podíamos sujetar entre todos. Estaba revolcándose en el suelo, y yo seguía haciendo la liberación. Por fin se fue calmando y le pregunté si quería confesarse y se confesó. Después ella habló a todos: «Lo que más me ha ayudado a liberarme ha sido el haber podido perdonar a una persona a la que tenía mucho odio».
-¿De qué formas ataca el demonio?
-Hay tres grados:
posesión, obsesión y opresión. La posesión es francamente rara y ocurre cuando uno hace un trato con el diablo. La posesión es estar sometido al diablo incluso en la voluntad, es como un juguete en manos del demonio. La obsesión es más fuerte que la tentación, por ejemplo, la obsesión de suicidio. Lo que hace el diablo es alentarla. La opresión la puede tener cualquiera, incluso los santos, como el cura de Ars que tenía muchas opresiones diabólicas. San Antonio Abad en el desierto también las tenía.
-¿Por qué cree que la gente recurre más a los tarotistas y a los hechiceros que a la Iglesia?
-La fe se va extinguiendo en varios sectores. Muchas veces cuando voy en Metro me dan papeles con direcciones de brujos y hechiceros que prometen el oro y el moro. Dicen que pueden hacer resucitar el amor en el matrimonio, quitar maleficios, enfermedades. Éste es el demonio que tiene envidia de Dios y quiere imitar lo que hace Dios. Jesús predicó sanando a los enfermos. Si hoy hay pocos signos o señales es por la falta de fe. Entonces la gente, como no ve la solución en la Iglesia, se va a los brujos y hechiceros. Lo que más hago ahora es quitar maleficios. Conozco un caso en Gran Canaria de un matrimonio que fue a un espiritista porque no recibió ayuda de la Iglesia, ya que hay sacerdotes que no creen en esto.
-¿Hacer exorcismos también es bueno para usted?
-Sí, ya que ayudar al prójimo es una de las cosas que más gozo me da, ya sea confesando o haciendo un exorcismo. Básicamente lo que motiva es ayudar al prójimo. Soy sólo un instrumento, todo lo hace Dios, pero me da un gozo tremendo.
-¿La ouija es una práctica demoníaca?
-Totalmente. Una persona que hacía la ouija estaba muy impresionada. Ella no quería ir pero su novio la obligaba. La última vez fue, pero se quedó de pie en una esquina de la habitación. Vio que a uno de los que estaban sentados se le transformaba la cara en diablo «con cuernos y todo», y que se dirigía a ella y le decía «tu padre tiene un tumor gravísimo en el cerebro». Finalmente se comprobó que era cierto y el padre murió. La chica vino a verme para que orara por ella y la ayudara. Está claro que la ouija la maneja el diablo.
-¿El diablo lo ataca por ir contra él?
-Supongo que al diablo no le gusta lo que yo hago, pero como yo siempre me protejo y le pido ayuda a Dios, no lo noto. Creo que el diablo me atacará de mil maneras, pero si digo misa y recibo al Señor todo los días, escucho su palabra, estoy archidefendido de todos los males.
-¿Es verdad que antes se decía un exorcismo después de cada misa?
-Sí, pero se quitó después del Concilio Vaticano II. Se decían dos oraciones: una a la Virgen y otra a San Miguel Arcángel. Todo surgió a raíz de una visión que tuvo el Pontífice León XIII durante una misa. En ese momento se levantó y escribió esa oración  que mandó a todos los obispos diocesanos del mundo. León XIII experimentó la visión de los espíritus infernales que se concentraban sobre Roma.
-¿Cómo definiría usted al demonio?
-Muchos no creen en el diablo, le llaman fuerzas negativas. Sin embargo el diablo es un ser personal pervertido y mentiroso, se opuso a Dios. El mal no es una abstracción, sino que designa a una persona. El diablo es aquél que «se atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
Nota aclaratoria: Lo anteriormente publicado es un extracto de una entrevista con el sacerdote jesuita madrileño Amando Sanz, publicada originariamente en Internet en la página www.religionenlibertad.com; una web religiosa cuyas tendencias y orientación  -y quiero dejarlo aquí muy claro- no comparto en absoluto;  pero en la cual, de vez en cuando, aparecen algunos temas  que considero sí tienen el suficiente interés, como es el caso de la entrevista mencionada, para transmitirlos en este blog.

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