sábado, 12 de noviembre de 2011

LOS DUENDES Y PROTECCION CONTRA ELLOS
Las formas de protegerse contra las travesuras y agresiones de los duendes es muy variada y hasta disímil, según las razas de éstos, la región donde habitan y las costumbres del lugar, por lo que aquí mencionaremos básicamente las más generalizadas, que se utilizaron (y se utilizan) en casi todas las culturas del mundo, especialmente en las regiones rurales, donde es más posible toparse con un duende.
Ya desde tiempos inmemoriales, incluso antes de la Edad del Hierro, el elemento más importante para protegerse de los duendes fueron los minerales férricos en su estado natural, entre los cuales se destacaban la magnetita (piedra-imán) y la pirita, un sulfuro de hierro llamado "oro de tontos" por su color dorado.
También las campanas o cencerros eran considerados eficientes, sobre todo para proteger el ganado de las incursiones nocturnas de los duendes.
Los caballos se protegían con herraduras de hierro, cuya protección se extendió luego a las casas, colgándolas sobre los dinteles de las puertas de entrada y sobre los marcos de 
las ventanas. En Escocia, por ejemplo, se colgaban piedras agujereadas sobre los portones de los establos, para evitar que los cluricauns, luego de emborracharse, montaran en los cerdos y los corderos para sus habituales carreras.
Luego, con el advenimiento del cristianismo y su difusión en todo el mundo, se fueron agregando otros elementos de protección inherentes a los ámbitos religiosos, como el agua bendita y el bautismo. Un niño bautizado estaba prácticamente a salvo de cualquier intento de rapto por los duendes, pero los que aún no lo estaban debían ser protegidos cubriendo la cuna con un vestido de su madre, una prenda de su padre o una tijera abierta colgando sobre la cuna. Sin embargo, la protección por excelencia fueron siempre las cruces, especialmente las de hierro. En la porción meridional de Sudamérica, por ejemplo, que abarca la Argentina, Uruguay y partes de Chile, Bolivia, Paraguay y Brasil, los "gauchos" o "criollos" solían utilizar facones cuya cruz era recta (esa costumbre aún perdura en algunas regiones argentinas), como protección contra espíritus dañinos, como el huecuvu en la Patagonia, el caá porá en el litoral, los tinguiritas en el sur de la provincia de Córdoba.
Ciertas plantas también proporcionaban protección contra los encantamientos feéricos; entre las más poderosas estaban el trébol de cuatro hojas (creencia que aún mantiene su vigencia, aunque con el sentido de otorgar "buena suerte"); la hierba de 
San Juan, que sólo aparece durante los meses de junio y julio; la verbena roja, empleada principalmente en los países mediterráneos; la manzanilla, una pequeña margarita silvestre, que las mujeres solían guardar dentro de sus corpinos y rodear con coronas las frentes de los niños, y las bayas rojas del espino albar o crataegus, que se llevaban en forma de collar cuando se debía transitar por regiones que se suponían frecuentadas por los duendes.
También las maderas de ciertos árboles tenían influencia sobre las criaturas mágicas: un bastón de serbal evitaba ser capturado por la "gente pequeña", mientras que en las cunas se desaconsejaba el empleo del saúco, ya que éste tentaba a los duendes raptores de bebés.
Otro de los recursos efectivos, cuando se era perseguido por duendes malévolos, consistía en cruzar un río o arroyo lo más torrentoso posible, especialmente si la corriente fluía de norte a sur. Sin embargo, este sistema no funcionaba con algunas criaturas acuáticas, muchas de las cuales eran nefastas para el ser humano.

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