DIFERENCIA ENTRE ALMA Y ESPIRITU POR HELENA P. BLAVATSKY
Señor,
Permitan a una humilde Teósofa aparecer por primera vez en sus columnas, para decir unas pocas palabras en defensa de nuestras creencias. Veo en su número del 21 de diciembre último, uno de vuestros corresponsales, el señor J. Croucher, hace las siguientes afirmaciones muy audaces:
“Si los Teósofos hubieran comprendido perfectamente la naturaleza del alma y del espíritu, y su relación con el cuerpo, ellos habrían sabido que una vez que el alma ha abandonado el cuerpo, no puede regresar. El espíritu puede partir, pero si parte el alma, parte para siempre.”
Esto es tan ambiguo que, a menos que use el término “alma” para designar únicamente el principio vital, sólo puedo suponer que cae en el error común de llamar al cuerpo astral “espíritu”, y a la esencia inmortal “alma”. Nosotros, los Teósofos, como el coronel Olcott le ha dicho, lo hacemos al revés.
Además de la injustificada imputación que se nos hace de ignorancia, el señor Croucher tiene una idea (peculiar para él mismo) de que el problema que hasta ahora ponía a prueba los poderes de los metafísicos en todas las edades ha sido resuelto solo. Difícilmente puede suponerse que los Teósofos o cualquier otro comprendan “perfectamente” la naturaleza del alma y del espíritu, y su relación con el cuerpo. Tal logro es de la Omnisciencia ; y nosotros los Teósofos, pisando el sendero gastado por las pisadas de los antiguos sabios en las arenas cambiantes de la filosofía exotérica, sólo podemos esperar aproximarnos a la verdad absoluta. Es realmente más que dudoso que el señor Croucher pueda hacerlo mejor, incluso aunque sea un “medium inspirador”, y experimentado “a través de sentarme continuamente con uno de los mejores mediums de trance” de su país. Estoy dispuesta a dejar al tiempo y a la filosofía Espiritual que nos reivindiquen por completo en el lejano futuro. Cuando cualquier Edipo de este o del próximo siglo haya resuelto este eterno enigma del Hombre Esfinge, todos y cada uno de los dogmas modernos, sin exceptuar algunos de los preferidos por los Espiritualistas, serán barridos, como el monstruo Tebano que, de acuerdo con la leyenda, saltó de su promontorio al mar y nunca más fue visto.
Tan pronto como el 18 de febrero de 1876, su erudito corresponsal, “M. A. (Oxon)” tuvo ocasión, en un artículo titulado “Alma y Espíritu”, de mostrar la frecuente confusión de términos por otros escritores. Como las cosas no han mejorado, aprovecharé la oportunidad de mostrar lo mucho que el señor Croucher, y muchos otros Espiritualistas de los cuales él puede ser elegido como portavoz, malinterpretaron el significado del coronel Olcott, y las opiniones de los teósofos de Nueva York. El coronel Olcott ni afirmó ni soñó con insinuar que el espíritu inmortal abandona el cuerpo para producir las manifestaciones centrales. Y aún así el señor Croucher evidentemente cree que lo hizo, ya que la palabra “espíritu” para él significa el hombre interior astral o doble astral. Aquí está lo que el coronel Olcott dijo, con comillas y todo: “Esos fenómenos físicos mediúmnicos no están producidos por espíritus puros, sino por “almas” encarnadas o desencarnadas, y normalmente con la ayuda de elementales”.
Cualquier lector inteligente debe percibir que, al poner la palabra “almas” entre comillas, el escritor indicaba que él estaba usándola en un sentido que no era el suyo. Como Teósofo, él debería haber dicho más correcta y filosóficamente por sí mismo “espíritus astrales” o “hombres astrales”, o dobles. Por lo tanto, tal crítica carece por completo del mínimo atisbo de verosimilitud. Me asombra que se pueda encontrar un hombre que, sobre una base tan frágil, haya intentado una denuncia tan dogmática. Así, nuestro Presidente sólo planteó la trinidad del hombre, como los filósofos antiguos y Orientales y su digno imitador Pablo, que mantuvo que la corporeidad física, la carne y la sangre estaba impregnada y así se mantenía viva por la psychê, el alma o cuerpo astral. Esta doctrina, que el hombre es triple – espíritu o Nous, alma y cuerpo – fue enseñada por el Apóstol de los Gentiles más amplia y claramente de lo que lo ha sido por cualquiera de sus sucesores Cristianos (ver Tesalonicenses primera epístola, capítulo 5, versículo 23).2 Pero habiendo evidentemente olvidado o descuidado estudiar “perfectamente” las opiniones trascendentales de los antiguos filósofos y los Apóstoles Cristianos sobre la materia, el señor Croucher ve el alma (psychê) como espíritu (Nous) y viceversa.
Los Buddhistas, que separan las tres entidades en el hombre (aunque las ven como una en el camino al Nirvana), aún dividen el alma en varias partes, y tienen nombres para cada una de estas y sus funciones. Así la confusión es desconocida entre ellos. Los antiguos Griegos hicieron igual, sosteniendo que la psychê era bios, o vida física, y que era thumos, o naturaleza pasional, los animales estando en armonía excepto por una facultad más baja del instinto del alma. El alma opsychê es en sí misma una combinación,consensus o unidad del bios, o vitalidad física, elepithumia o naturaleza concupiscente, y elphren, mens, o mente. Quizás debería ser incluido el animus. Está constituido de sustancia etérea, que impregna el universo entero, y se deriva completamente del alma del mundo -Anima Mundi o el Svabhavat Buddhista– que no es el espíritu, aunque intangible e impalpable, es aún, por comparación con el espíritu o la pura abstracción, materia objetiva. Por su compleja naturaleza, el alma puede descender y aliarse tan estrechamente con la naturaleza corpórea como para excluir una vida más elevada al ejercer cualquier influencia moral sobre ella. Por otro lado, se puede vincular tan estrechamente al nous o espíritu, como para compartir su poder, en cuyo caso su vehículo, el hombre físico, parecerá un Dios incluso durante su vida terrestre. A menos que tal unión de alma y espíritu ocurra, ya sea durante esta vida o tras la muerte física, el hombre individual no es inmortal como una entidad. La psychê tarde o temprano se desintegra. Aunque el hombre pueda haber ganado “el mundo entero” ha perdido su “alma”. Pablo, cuando enseñaba el anastasis, o continuación de la vida espiritual individual tras la muerte, expuso que había un cuerpo físico que se creaba con sustancia incorruptible. El cuerpo espiritual con toda certeza no es uno de los cuerpos, o visibles olarvae tangible, que se forman en sesiones espiritistas, y se denominan tan impropiamente “espíritus materializados”. Una vez que la metanoia, el completo desarrollo de la vida espiritual, ha elevado el cuerpo espiritual fuera del físico (el desencarnado, corruptible hombre astral, lo que el coronel Olcott llama “almas”), se convierte, en estricta proporción a su evolución, más y más en una abstracción para los sentidos corpóreos. Puede influir, inspirar, e incluso comunicarse con los hombres subjetivamente; se puede hacer sentir, e incluso, en aquellas raras ocasiones, cuando el clarividente es perfectamente puro y perfectamente lúcido, ser visto por el ojo interior (que es el ojo de la psychê purificada, el alma). ¿Pero como puede manifestarse objetivamente?.
Se verá, entonces, que aplicar el término “espíritu” al eidola materializado de sus “formas manifestadas”, es extremadamente impropio, y se debería hacer algo para cambiar la práctica, ya que los estudiantes han comenzado a discutir el tema. En el mejor de los casos, cuando lo que los Griegos denominaron phantasma, no son sinophasma, o apariciones.
En los estudiantes, especuladores y especialmente en nuestros modernos sabios, el principio físico está más o menos impregnado por lo corpóreo, y “las cosas del espíritu son necedades e imposibles de ser conocidas” (Corintios 1, ii, 14). Platón entonces tenía razón, a su manera, en despreciar la medición de la tierra, la geometría, y la aritmética, porque todas estas pasaban por alto todas las ideas elevadas. Plutarco enseñó que al morir, Proserpina separaba el cuerpo y el alma por completo, tras lo cual la última se convertía en un demonio libre e independiente (daïmon). Posteriormente, el bien experimentó una segunda disolución: Demeter dividió la psychê del nous o pneuma. El primero fue disuelto tras un tiempo en partículas etéreas, de ahí la inevitable disolución y subsiguiente aniquilación del hombre que al morir es puramente físico, lo segundo, el nous, ascendió a su más alto poder Divino y se convirtió gradualmente en un espíritu puro, divino. Kapila, en común con todos los filósofos Orientales, despreció la naturaleza puramente psíquica. Es esta aglomeración de las partículas más groseras del alma, las exhalaciones mesméricas de la naturaleza humana imbuidas con todos sus deseos terrestres y propensiones, sus vicios, imperfecciones, y debilidades, que forman el cuerpo astral, que puede hacerse objetivo bajo ciertas circunstancias que los Buddhistas llaman skandahs (los grupos), y el coronel Olcott ha denominado por conveniencia el “alma”. Los Buddhistas y Brahmanistas enseñan que la individualidad del hombre no está asegurada hasta que ha pasado a través y se ha desembarazado del último de estos grupos, el vestigio final de contaminación terrenal. De ahí su doctrina de la metempsícosis, tan ridiculizada y tan completamente malentendida por nuestros grandes Orientalistas. Incluso los físicos nos enseñan que las partículas que componen el hombre físico son, por evolución, reutilizadas por la naturaleza en toda variedad de formas físicas inferiores. ¿Por qué, entonces, son los Buddhistas tan poco filosóficos o incluso poco científicos, al afirmar que los skandhassemi-materiales del hombre astral (su propio ego, hasta el punto de purificación final) son apropiados para la evolución de formas astrales menores (que, por supuesto, entran dentro de los cuerpos puramente físicos de los animales) tan rápido como él los arroja en su progreso hacia el Nirvana?. Además, podemos decir correctamente, que mientras el hombre desencarnado está expulsando una simple partícula de estos skandhas, una poción de él está siendo reencarnada en los cuerpos de las plantas y animales. Y si él, el hombre astral desencarnado, es tan material que “Demeter” no puede encontrar ni una chispa del pneuma para llevarlo arriba hacia el “poder divino”, entonces el individuo, por llamarlo así, es disuelto, trozo a trozo, en el crisol de la evolución, o, como los Hindúes alegóricamente lo ilustran, pasa miles de años en los cuerpos de animales impuros. Aquí vemos cómo los antiguos griegos y los filósofos hindúes, las escuelas modernas Orientales y los Teósofos, están completamente alineados en un lado, en perfecto acuerdo; y la brillante selección de “mediums inspiradores” y “espíritus guías” permanecen en perfecta discordia en el otro lado. Aunque no hay dos de estos últimos que, afortunadamente, se pongan de acuerdo en lo que es o no verdad, ¡aún así se ponen de acuerdo con unanimidad para contrariar cualquiera de las enseñanzas de los filósofos que podamos repetir!
En los estudiantes, especuladores y especialmente en nuestros modernos sabios, el principio físico está más o menos impregnado por lo corpóreo, y “las cosas del espíritu son necedades e imposibles de ser conocidas” (Corintios 1, ii, 14). Platón entonces tenía razón, a su manera, en despreciar la medición de la tierra, la geometría, y la aritmética, porque todas estas pasaban por alto todas las ideas elevadas. Plutarco enseñó que al morir, Proserpina separaba el cuerpo y el alma por completo, tras lo cual la última se convertía en un demonio libre e independiente (daïmon). Posteriormente, el bien experimentó una segunda disolución: Demeter dividió la psychê del nous o pneuma. El primero fue disuelto tras un tiempo en partículas etéreas, de ahí la inevitable disolución y subsiguiente aniquilación del hombre que al morir es puramente físico, lo segundo, el nous, ascendió a su más alto poder Divino y se convirtió gradualmente en un espíritu puro, divino. Kapila, en común con todos los filósofos Orientales, despreció la naturaleza puramente psíquica. Es esta aglomeración de las partículas más groseras del alma, las exhalaciones mesméricas de la naturaleza humana imbuidas con todos sus deseos terrestres y propensiones, sus vicios, imperfecciones, y debilidades, que forman el cuerpo astral, que puede hacerse objetivo bajo ciertas circunstancias que los Buddhistas llaman skandahs (los grupos), y el coronel Olcott ha denominado por conveniencia el “alma”. Los Buddhistas y Brahmanistas enseñan que la individualidad del hombre no está asegurada hasta que ha pasado a través y se ha desembarazado del último de estos grupos, el vestigio final de contaminación terrenal. De ahí su doctrina de la metempsícosis, tan ridiculizada y tan completamente malentendida por nuestros grandes Orientalistas. Incluso los físicos nos enseñan que las partículas que componen el hombre físico son, por evolución, reutilizadas por la naturaleza en toda variedad de formas físicas inferiores. ¿Por qué, entonces, son los Buddhistas tan poco filosóficos o incluso poco científicos, al afirmar que los skandhassemi-materiales del hombre astral (su propio ego, hasta el punto de purificación final) son apropiados para la evolución de formas astrales menores (que, por supuesto, entran dentro de los cuerpos puramente físicos de los animales) tan rápido como él los arroja en su progreso hacia el Nirvana?. Además, podemos decir correctamente, que mientras el hombre desencarnado está expulsando una simple partícula de estos skandhas, una poción de él está siendo reencarnada en los cuerpos de las plantas y animales. Y si él, el hombre astral desencarnado, es tan material que “Demeter” no puede encontrar ni una chispa del pneuma para llevarlo arriba hacia el “poder divino”, entonces el individuo, por llamarlo así, es disuelto, trozo a trozo, en el crisol de la evolución, o, como los Hindúes alegóricamente lo ilustran, pasa miles de años en los cuerpos de animales impuros. Aquí vemos cómo los antiguos griegos y los filósofos hindúes, las escuelas modernas Orientales y los Teósofos, están completamente alineados en un lado, en perfecto acuerdo; y la brillante selección de “mediums inspiradores” y “espíritus guías” permanecen en perfecta discordia en el otro lado. Aunque no hay dos de estos últimos que, afortunadamente, se pongan de acuerdo en lo que es o no verdad, ¡aún así se ponen de acuerdo con unanimidad para contrariar cualquiera de las enseñanzas de los filósofos que podamos repetir!
Que no se interprete, sin embargo, de todo esto, que yo, o cualquier otro verdadero Teósofo, infravaloremos los verdaderos fenómenos Espirituales o la filosofía, o que no creemos en la comunicación entre mortales puros y espíritus puros, menos de lo que creemos en la comunicación entre hombres malos y espíritus malos, o incluso de hombres buenos con malos espíritus bajo malas condiciones. El Ocultismo es la esencia del Espiritualismo, mientras que el Espiritualismo moderno o popular no puedo considerarlo mejor que como magia inconsciente, adulterada. Llegamos tan lejos como para decir que todos los grandes y nobles personajes, todos los grandes genios –los poetas, pintores, escultores, músicos– todos los que han trabajado alguna vez para la realización de sus más altos ideales, sin tener en cuenta objetivos egoístas, han sido inspirados Espiritualmente; no los mediums, como muchos Espiritualistas los llaman -herramientas pasivas en las manos de sus guías controladores– sino almas encarnadas, iluminadas, trabajando conscientemente en colaboración con los humanos desencarnados puros y recién encarnados Espíritus Planetarios elevados, para la elevación y espiritualización de la humanidad. Nosotros creemos que todo en la vida material está más íntimamente ligado con agentes Espirituales. En lo que respecta a los fenómenos físicos y la mediumnidad, creemos que es sólo cuando el medium pasivo ha dado lugar, o mejor ha llegado a ser, el mediador consciente, que él puede discernir entre espíritus buenos y malos. Y nosotros creemos, y también sabemos, que mientras el hombre encarnado (aunque sea el adepto más alto) no puede competir en potencia con los espíritus puros desencarnados, que, libres de todos sus skandhas, se han hecho subjetivos a los sentidos físicos, aun así él puede perfectamente igualar, y puede con mucho sobrepasar en la vía de los fenómenos, mentales o físicos, al “espíritu” medio del mediumnismo moderno. Creyendo esto, percibirá que somos mejores Espiritualistas, en el verdadero sentido de la palabra, que los así llamados Espiritualistas, que, en vez de mostrar la reverencia que mostramos a los verdaderos espíritus –dioses– degradan el nombre de espíritu, aplicándolo a los seres impuros, o, en el mejor de los casos, imperfectos, que producen la mayoría de los fenómenos.
Las dos objeciones instadas por el señor Croucher contra la reivindicación de los Teósofos, de que un niño no es sino una dualidad al nacer, “y quizás hasta el sexto o séptimo año”, y de que algunas personas depravadas son aniquiladas en algún momento después de morir, son: 1) que los mediums le han descrito a sus tres hijos, “que fallecieron a las respectivas edades de dos, cuatro y seis años”; y 2) que él ha sabido que personas que eran muy depravados en la tierra han vuelto. Él dice: “Estas declaraciones han sido después confirmadas por gloriosos seres que vinieron después, y que han demostrado por su dominio de las leyes que gobiernan el universo, que son merecedores de ser creídos”.
Estoy realmente contenta de saber que el señor Croucher es tan competente como para sentarse a juzgar a estos “gloriosos seres”, y darles la palma sobre Kapila, Manu, Platon e incluso Pablo. Merece la pena, después de todo, ser un “medium inspirador”. No tenemos tales “gloriosos seres” en la Sociedad Teosófica para aprender de ellos; pero es evidente que mientras el señor Croucher ve y juzga cosas a través de su naturaleza emocional, los filósofos que nosotros estudiamos no tomaron nada de ningún ser glorioso que no estuviera perfectamente de acuerdo con la armonía universal, la justicia y el equilibrio del manifiesto plan del universo. El axioma Hermético, “como es arriba, es abajo”, es la única regla de evidencia aceptada por los Teósofos. Creer en un universo espiritual e invisible, no podemos concebirlo de otra manera que como conectado armoniosamente y en correspondencia con el universo material y objetivo; ya que la lógica y la observación igualmente nos enseñan que lo último es el resultado y la manifestación visible de lo primero, y que las leyes que gobiernan a ambos son inmutables.
En su carta del 7 de diciembre, el coronel Olcott ilustra muy apropiadamente su tema de la inmortalidad potencial citando la admitida ley física de la supervivencia del más fuerte. La regla se aplica a las cosas más grandes así como a las más pequeñas –al planeta y también a la planta como se aplica al hombre-. Y el hombre-niño imperfectamente desarrollado no puede existir mejor bajo las condiciones preparadas para los tipos perfectos de su especie, que una planta imperfecta o un animal. En la vida infantil, las más altas facultades no están desarrolladas, pero, como todo el mundo sabe, están sólo en germen, o en forma rudimentaria. El bebé es un animal, por “angélico” que pueda ser, y lo suficientemente natural, debería parecerle a sus padres. Aunque esté siempre tan hermosamente modelado, el cuerpo infantil no es sino el cofre de la joya preparándose para la joya. Es bestial, egoísta, y, como un bebé, nada más. Poco de alma, psychê, puede ser percibido en él excepto en cuanto a vitalidad se refiere; hambre, terror, dolor y placer parecen ser sus principales ideas. Un gatito es superior en todo excepto en las posibilidades. La neurona gris del cerebro está igualmente sin formar. Después de un tiempo las cualidades mentales comienzan a aparecer, pero se relacionan principalmente con los asuntos externos. El cultivo de la mente del niño por los profesores sólo puede afectar esta parte de la naturaleza, lo que Pablo llama natural o física, y Santiago y Judas sensual o psíquica. De ahí las palabras de Judas [versículo 19] “psíquico, no teniendo espíritu”, y de Pablo: “El hombre psíquico no recibió las cosas del espíritu, para él son necedades; el hombre espiritual discernía [Corintios, 1, ii, 14]”.
Es solo al hombre de plena edad, con sus facultades disciplinadas para discernir el bien y el mal, al que podemos denominar espiritual, intelectual, intuitivo. Los niños desarrollados en tales aspectos serían precoces, anormales – frustrados.
¿Por qué, entonces, un niño que nunca ha vivido otra vida que la animal, que nunca discernió entre lo correcto y lo incorrecto, al que nunca le importó si vivía o moría –ya que no podía entender la vida o la muerte–, debería hacerse inmortal individualmente? El ciclo del hombre no está completo hasta que no ha pasado a través de la vida terrenal. Ninguna fase de probación y experiencia se puede saltar. Él debe ser un hombre antes de que pueda ser un espíritu. Un niño muerto es un fallo de la naturaleza, debe vivir de nuevo; y la misma psychê vuelve a entrar en el plano físico a través de otro nacimiento. Tales casos, junto con los de los idiotas congénitos, son, como se afirma en “Isis sin Velo” 3, los únicos casos de reencarnación humana. Si todo niño dual fuera a ser inmortal, ¿por qué negar una inmortalidad individual similar a la dualidad del animal? Aquellos que creen en la trinidad del hombre saben que el bebé no es sino una dualidad – cuerpo y alma; y la individualidad que reside sólo en lo físico, como hemos visto demostrado por los filósofos, es perecedero. Sólo la trinidad completa sobrevive. Trinidad, digo, porque al morir el cuerpo astral se convierte en el cuerpo exterior, y dentro uno aún más sutil, evoluciona, que toma el lugar de la psychê en la tierra, y la totalidad es más o menos eclipsada por el nous. El espacio evitó que el coronel Olcott desarrollara la doctrina más completamente, él podría haber añadido que ni siquiera todos los elementarios (humanos) son aniquilados. Aún hay una oportunidad para algunos. Mediante una suprema lucha éstos pueden conservar su tercer y más alto principio, y así, aunque lenta y dolorosamente, aún ascender esfera tras esfera, arrojando en cada transición la envoltura más pesada previa, y revistiéndose de envolturas más radiantes y espirituales, hasta que, libres de toda partícula finita, la trinidad se fusiona en el Nirvana final y se hace una unidad – un Dios.
Un libro no bastaría para enumerar todas las variedades de elementarios y elementales, a los primeros se los llama así por algunos Cabalistas (Henry Khunrath, por ejemplo) para indicar su encadenamiento a los elementos terrestres que los mantienen cautivos, y a los últimos se los designa con ese nombre para evitar confusión, y se aplica igualmente a aquellos que van a formar el cuerpo astral del niño, y a los propios espíritus estacionarios de la naturaleza. Éliphas Lévi, sin embargo, los llama indiferentemente a todos “Elementarios” y “almas”. Vuelvo a repetir, no es sino el hombre astral desencarnado, completamente psíquico, el que desaparece en última instancia como entidad individual. En cuanto a las partes componentes de su psychê, son tan indestructibles como los átomos de cualquier otro cuerpo compuesto de materia.
Ese hombre debe ser de hecho un verdadero animal para no tener después de la muerte, una chispa del divino ruach o nous en él que le permita una oportunidad de salvación. Aún así hay lamentables excepciones; no sólo entre los depravados, sino también entre aquellos que, durante su vida, por ahogar cada idea de una existencia posterior, han matado en ellos mismos el último deseo de lograr la inmortalidad. Es la voluntad del hombre, su todopoderosa voluntad, la que teje su destino, y si un hombre está convencido de la idea de que la muerte significa aniquilación, lo encontrará así. Es una de nuestras más comunes experiencias que la determinación de la vida psíquica o la muerte dependen de la voluntad. Algunas personas se arrebatan ellos mismos por la fuerza de la determinación de las mismísimas fauces de la muerte; mientras otros sucumben a insignificantes enfermedades. Lo que el hombre hace con su cuerpo lo puede hacer con su psychê desencarnada.
No hay nada en esto que milite en contra de las imágenes de los hijos del señor Croucher siendo vistas en la Luz Astral por el medium, ya sea como realmente fueron abandonadas por los niños mismos, o como el padre imaginaba que serían cuando hubieran crecido. La impresión en el último caso no sería sino phasma, mientras que en el primer caso es un phantasma, o la aparición de la impresión indestructible de lo que una vez realmente fue.
En la antigüedad los “mediadores” de la humanidad eran hombres como Krishna, Gautama Buddha, Jesús, Pablo, Apolonio de Tyana, Plotino, Porfirio y demás. Ellos eran adeptos, filósofos, hombres que, esforzándose durante toda su vida en la pureza, el estudio y el autosacrificio, a través de pruebas, privaciones y autodisciplina, lograron la iluminación divina y poderes aparentemente superhumanos. Ellos no sólo podían producir todos los fenómenos vistos en nuestros tiempos, sino que contemplaban como un sagrado deber expulsar a los “malos espíritus” o demonios, de los desafortunados que estaban poseídos. En otras palabras, librar a los mediums de sus días de los “elementarios”. ¡Pero en nuestra época de psicología mejorada cada sensitivo histérico se convierte en un vidente, y ve! ¡Hay mediums por millares! Sin ningún estudio previo, autoprivación, o la menor limitación de su naturaleza psíquica, pretenden, en calidad de portavoces de inteligencias no identificadas e inidentificables, rivalizar con Sócrates en sabiduría, con Pablo en elocuencia, y con Tertuliano mismo en fiero y autoritario dogmatismo. Los Teósofos son los últimos en asumir la infalibilidad para ellos mismos, o reconocerla en otros; así como ellos juzgan a otros, así desean ser juzgados.
En el nombre, pues, de la lógica y del sentido común, antes de intercambiar epítetos, sometamos nuestras diferencias al arbitraje de la razón. Comparemos todas las cosas, y dejando a un lado el emocionalismo y los prejuicios como indignos del pensador lógico y del experimentador, ciñámonos sólo a aquello que pase el calvario del máximo análisis posible.
H.P. BLAVATSKY
Nueva York, 14 de enero de 1878.
Nueva York, 14 de enero de 1878.
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